sábado, 25 de julio de 2009

Escritura antigua


Terminaba de estrenar la escritura recién inventada. Había demorado menos que cuando creó el big bang, pero esta creación le había cansado más.

Libro secreto y sin embargo escrito, algunas de sus claves, por compasión (o descuido permitido), dejaría para adivinos, pitonisos y locos. Su inefable soledad le había hecho hablar (¿hablar?) allí de seres similares a él, pero mortales. En compensación, los había escrito múltiples. En compensación (o por misericordia), había dispersado en esa multiplicidad sus cualidades y sus imperfecciones. Ahora (por fin) se conocía, no más, sino mejor.

Si pudiéramos darle una imagen a lo que veía, hablaríamos de un rollo de pergamino (pero no es rollo ni pergamino, claro). Había dejado allí, disperso en seres (no solo animados) menos increíbles que él, todo lo que él era.

Para leer ese libro, había inventado el tiempo (para que lo lean otros, no él). Sus personajes se creerían, en algún momento, autores de su destino, protagonistas de algo que llamarían historia (individual y colectiva). Definitivamente, la lectura de ese libro, por ellos, exigía la inexistencia (ausencia) de su autor.

Ahora que tú lees esto, piensas que es simple literatura. Eso es más increíble que pensar que nada, hasta eso que piensas, ya es escritura antigua.

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