domingo, 8 de agosto de 2010

Los papeles perdidos de Robert Kincaid (trozo 3)


[...] en esos días, lo que vivimos apenas empezaba a desplegar su fuerza y su tiempo. No te amé entonces como te amo ahora.
Cuando pienso que tu piel la disfruta otra piel que no es la mía, me duele, pero no dejo de amarte. El amor debiera clausurar toda puerta abierta a otro sentido, al ingreso de otro cuerpo que no fuera el amado, pero no lo hace. Muchas veces me he preguntado el porqué. Quizá la respuesta sea que no son puertas para él; para nuestros cuerpos, sí. La plenitud del amor se alcanza con la cercanía física y difícilmente podemos aceptar renunciar a vivirlo así. Pero quizá me equivoco en eso y el amor, después de todo, tenga dos caras: la de la felicidad y la del dolor. En estos años en que no estoy contigo, no por eso he dejado de amarte con dolor, pero también lo he hecho plenamente.
Los días que no hemos tenido y que no tendremos, en nada cambiarán lo que me liga a ti. Simples mortales de carne y hueso, no está en nuestras manos el impedir la fidelidad de nuestros cuerpos al disfrute de los sentidos. Pero eso no significa el triunfo de estos. Tal vez tú, como yo, lo hemos buscado, incluso a veces con desesperación, siguiendo el camino de algo que no es más que la fuerza biológica primigenia, para la que están hechos ciertos deseos y partes del cuerpo, básica para la supervivencia de la especie.
Pero no es su triunfo, porque el amor se sirve de ella, mas no está a su servicio. Lejos de lo amado, se repliega a una dimensión donde nada, pero nada, lo mancha: esa intimidad a la que ningún cuerpo ajeno puede acceder y que [...].