Un hombre no es Dios; es más, si pretendiera acercársele, tendría la obligación de ser imperfecto. No se saltan etapas.
Baltasar Garzón no pertenece más solamente a España. Las dimensiones de la justicia son tan amplias, que nada humano le es ajeno. Garzón lo demostró y lo demuestra con la solidaridad sin fronteras que lo acoge.
He leído que «el poder del Tribunal Supremo acabó ayer con la carrera de Baltasar Garzón, el juez de la democracia». Nada más equivocado, porque la carrera de Garzón no es ni fue la carrera judicial, sino, precisamente, la de la democracia. Es contra ésta que se ha sentenciado «ayer». Es contra la democracia con quien, «ayer», la justicia de un tribunal torpe ha aplicado la Injusticia.
Garzón no podía pretender intentar sancionar los crímenes de lesa humanidad y salir indemne. Jesús no sería Jesús si no hubiera acabado en la cruz. «Ayer», al juez Baltasar Garzón lo han coronado con el último laurel que le permanecía esquivo.
Las leyes son cotas que intentan impedir la instalación del acto injusto. Cuando nacieron para proteger la propiedad, lo hicieron porque ésta era lo que se debía a quien la había ganado. Por eso la justicia es lo que se le debe a cada cual.
La seguridad que intenta proteger el derecho no es sino la extensión de los brazos de la justicia, no de la ley. Una ley no tiene ningún sustento si no es expresión del amparo contra la injusticia. Cuando se olvidan los fines de la justicia, cuando ésta se reduce a la letra de la ley y olvida la mano que la escribió, el derecho degenera y, con él, también el hombre.
Si la ley impide investigar los crímenes del franquismo, es una ley injusta. La justicia es la base de todo desarrollo del derecho; la letra de la ley es una rémora si permite la injusticia. No debe olvidarse que los derechos humanos se imponen a costa de tanta ley petrificada. No se puede respetar la ley si eso significa respetar la injusticia.
A Garzón se le debe el haber extendido la jurisdiccion, es decir, la capacidad de persecución del derecho penal, al ámbito internacional. No somos hombres de un solo país. La tierra que pisamos nos da una nacionalidad, pero no humanidad. Lo único que hizo Garzón fue ser consecuente con los límites de la justicia. Por eso no es hombre de la ley; ningún juez lo es. Si el derecho avanza, lo hace por la justicia, por hombres como Garzón. Un juez no es un abogado, simple defensor de un cliente que le paga con dinero.
El Garzón de carne y hueso pudo haber pecado, pudo haber fallado. ¿Qué hombre no lo hace? Pero no es la justicia adlátere del franquismo la que nos tumbará al juez por quien, un día, madres e hijos de hombres que perecieron por lo mejor que tenían, creyeron, siquiera por un instante, en la ley como encarnación de la justicia.